domingo, 11 de octubre de 2009

In the mood for move


Después de la tormenta del miércoles por la noche, el aire madrileño está bastante aceptable, no llega a ser “la región más transparente”, mucho me temo que esos tiempos, como en México no volverán, pero al menos se puede respirar.

Desde nuestro balcón, la ciudad se ve nítida y roja, el sol de otoño favorece las cubiertas de teja y las azoteas de baldosín catalán, color caldero que siguen siendo mayoría, al menos en el centro.

Mañana, doce de Octubre, veremos la parte aérea del desfile militar de todos los años, y aún nos quedan veinte días para ver Madrid desde esta posición flotante, sostenida en lo alto por el ruido y los olores de la Plaza de España. Ahora mismo suenan las campanas de alguna iglesia entre los motores de los coches, alguna breve bocina dominguera y la percusión de un grupo de capoeira que se suele reunir abajo. Dentro de un rato llegará el olor a gioza y tallarines del restaurante chino inverosímil, sumergido bajo la fuente de la plaza.

Hace menos de un mes aún protestábamos del bullicio, del olor, del aire enrarecido. Hoy los echo de menos al tiempo que los percibo. No sabemos qué ocurrirá mañana, y sin embargo anticipamos la nostalgia de lo cotidiano, lamentamos por adelantado pérdidas futuras.

En estos seis años felices he aprendido que el tiempo pasado no fue mejor, que comparar con lo ya vivido es perderse parte del presente, y que anticipar lo que sentirás mañana suele ser inútil, porque mañana no serás el mismo que hoy.

En veinte días nos vamos a una casa nueva, diferente, desde la que veremos más árboles y muchos menos tejados. En las mudanzas que he hecho hasta ahora pasaba las últimas semanas en un estado nostálgico hasta la cursilería, abriendo cajones, revisando recuerdos. Esta vez creo que voy a comprar bolsas de basura y a eliminar todo lo prescindible para hacer sitio a todo lo bueno que está por venir.

Las vistas nos las llevamos con nosotros. Los ruidos y los olores entran en la categoría de lo prescindible.