lunes, 22 de marzo de 2010

Nuñez de Balboa


Trataré de escribir este post sin ponerme cursi, pero por las dudas no lo consiga pido disculpas de antemano. La cosa es que en medio de la aridez profesional que atravesamos hemos conseguido hacer un proyecto razonablemente satisfactorio y, sobre todo dirigir una obra y que el resultado se parezca mucho, pero mucho a lo esperado.

En realidad lo han conseguido Mary, Ama y Eva, mientras yo me dedicaba a mis labores. Las dos primeras haciendo más visitas de obra para una reforma de menos de doscientos metros, que para una nave de doce mil, y la tercera apoyando y aguantando estoicamente los regresos de las visitas.

El resultado es estupendo, y debemos reconocer que el contratista ha contribuido en mucho, porque con el mismo esfuerzo y dedicación pero con un contratista descerebrado de los que abundaban en tiempos de bonanza, todo hubiera sido muy distinto. No hubiéramos cumplido plazos, ni costes y posiblemente la calidad hubiera sido muy diferente, en esos días del todo vale.

Y aquí me pondría a hablar del equipo pero huyendo de lo cursi me limitaré a dar las gracias. María

martes, 9 de marzo de 2010

der Spiegel


Últimamente encuentro pocos momentos y más bien cortos para leer la prensa, muchos sólo leo la portada y la contraportada del periódico, y mis preferidos son los miércoles.

Los miércoles compramos La Vanguardia, es saludable olvidarse un día a la semana de intentar saber qué pasa comparando El Mundo y El País para después sacar tus propias conclusiones. Me parece que La Vanguardia, tal vez por su enfoque más local, trata las noticias generales, (las que afectan a ámbitos ajenos o más amplios que Cataluña) con cierta objetividad o puede que distancia. Además el suplemento “Culturas” es de lo mejor que se puede encontrar en la prensa, tanto por su edición como por sus contenidos, un placer si se tiene un rato largo para leerlo con detenimiento, cosa que no me ocurre en los últimos tiempos.

Pero lo que más disfruto son las entrevistas de la contraportada, en las que el entrevistado se autodefine en los titulares. Leer esas descripciones no me ocupa más de un minuto, algunas dos, y sin embargo me dan mucho que pensar durante varios días.

La mayoría de los entrevistados intenta ser ingenioso y caer bien. Todos ellos huyen de aquella manía que según El Principito tienen los adultos: dar números. Algunos incluyen su edad, única cifra que parece contener cantidad de información, ya sea la juventud, o por el contrario la experiencia, la madurez, el cansancio, la incertidumbre, como si todos estos estados no fueran en mayor o menor medida parte de cada una de nuestras edades.
Muchos incluyen su estado civil y creo que todos los que tienen hijos lo declaran, ahora entiendo por qué.

El resto de los datos no son objetivos, sino un perfil digamos emocional o ideológico y estos son los que me intrigan, porque en numerosas ocasiones no concuerdan con la entrevista que ocupa toda la página, cuando tengo tiempo de leerla. Uno piensa leyendo la autodefinición: qué tipo, qué mujer tan interesante, qué enrollado, valiente, comprometido, entregado, coherente, lanzado, o bien qué conservador, culto, inteligente. Y minutos más tarde, al leer la entrevista te dices puede que no estuviera en su mejor día o, qué preguntas más inadecuadas hizo el entrevistador, por qué no encuentro el desarrollo de lo que me prometía la descripción inicial.

Y cada miércoles por la noche me miro en el espejo e intento ver lo que soy, y compararlo con lo que me gustaría ser, con la esperanza de que cada día seamos más parecidos yo, y ese reflejo deseado.