domingo, 30 de agosto de 2009

Desahuciadores anómimos


He dedicado unos cuantos días calurosos de este largo mes de Agosto a buscar un piso en alquiler.

Desde hace cinco años la Propiedad del edificio en el que vivimos no renueva los contratos, de modo que se ha ido vaciando lenta y tristemente. Al principio los inquilinos nos desahogábamos en los ascensores, criticando la avaricia de la inmobiliaria cuyos planes imaginamos: reformar y subir las rentas considerablemente. Desde que la crisis (ahora llamada recesión), puso a esta empresa en el mismo sitio que a casi todos los demás, en la calle y dependiendo de la improbable ayuda bancaria, ni siquiera sabemos contra quién despotricar.

Los recibos y las amenazas que nos llegan para que abandonemos sin demora siguen llevando el mismo membrete, pero ya no hay un teléfono al que llamar, el supuesto gerente que antes ocupaba un cuartito junto a la conserjería ya no viene. Tanto los habitantes como los escasos trabajadores de mantenimiento, seguridad y limpieza, nos referimos a los propietarios con un “ellos”, que tanto vale para los bancos que supuestamente han tomado las riendas de la inmobiliaria como para un sisniestro grupo de malvados que estuvieran especulando con el incierto futuro del mercado de alquiler.

Esta será mi cuarta mudanza y a pesar de que tengo motivos sobrados para ilusionarme con los próximos meses no puedo quitarme la sensación de estar siendo desahuciados, sobre todo cuando al llegar a casa, de los seis ascensores que tenemos sólo funciona uno, que por las tardes apesta a basura porque el montacargas en el que se bajaban los cubos hasta hace unos meses ha sido inutilizado. Los fines de semana sólo podemos entrar o salir por una de las ocho puertas que antes teníamos, y en la conserjería hay un vigilante con aspecto de necesitar ir al baño, pero no puede porque está solo y cómo va a abandonar su puesto. Las bombillas se van fundiendo y nadie las sustituye, el agua del grifo que nunca fue cristalina, ahora es claramente marrón.

A pesar de todo, cuando llego a casa, la vista desde cualquier ventana y la costumbre de encontrar nuestras cosas en el sitio que han ido encontrando en estos seis años compensan el mobbing inmobiliario al que nos están sometiendo “ellos”.

Hemos encontrado un buen candidato a ser nuestro nuevo hogar y ahora nos encontramos ante la temida situación: tenemos que identificar esos “ellos” y comunicarles que nos marchamos antes de que nos echen. Hace dos meses intenté comunicarme con “ellos”, entonces fue para reclamar unos servicios comunes que pagamos puntualmente y que desde hace meses se van reduciendo sin explicación alguna. El teléfono que teníamos de cuando alquilamos el piso no da respuesta, así que llame a la centralita que aparecía en Internet. Después de hablar con varias persona la respuesta que obtuve fue que había un individuo que se ocupaba de este inmueble pero que no estaba habitualmente en las oficinas de la inmobiliaria, dejé mis datos, aclarando que yo era una persona física con nombre y apellidos y fácil de localizar, y aún sigo esperando una llamada.

La semana pasada vimos la película 1984, basada en la novela de Orwell. Cuando detienen al protagonista, antes de ser llevado a la habitación 101, en la que traicionará su pensamiento, éste le plantea al torturador la gran duda: existe el Gran Hermano? Es un individuo real o se trata de una imagen creada para alienar a los ciudadanos?

A una escala doméstica, es la misma pregunta que me hago ahora: nos hemos resignado al mobbing inmobiliario y al lamentable y lento desahucio pero no me gustaría marcharme de aquí sin poner una cara, al menos un nombre, unas siglas, a esos “ellos”.

Ya veremos si lo consigo, o si como Winston Smith nos quedaremos con la duda de si la inmobiliaria en cuestión es un mero icono de otra gran especulación bancaria.

sábado, 8 de agosto de 2009

Lost in translation


Hace tres meses empezamos la dirección de una obra, con un proyecto redactado por unos compañeros. Durante la redacción del proyecto, como asistentes del Cliente final hemos tenido varias reuniones para hablar de costes, tema bien concreto y de otras materias más abstractas como la estética y la integración del edificio en su entorno, pero nunca se planteó la posibilidad de que nos pusiéramos la gorra de Dirección Facultativa.

Por razones ajenas a todos los técnicos involucrados en el proceso así es como hemos terminado, y después de un tiempo de rodaje y un buen susto por un error en obra, creo que ésta es una experiencia enormemente enriquecedora y que casi debía ser parte del aprendizaje del oficio.

Desde que me encargaron mi primer proyecto: una reforma de una joyería cuando aún estaba en la escuela, recuerdo que mi padre al ver los primeros bocetos y planos me dijo: “dibuja pensando que los planos los leerá otra persona, imagina que tú no estás en la obra y otro compañero tiene que materializar lo que tú has pensado.” Es uno de los mejores consejos profesionales que me ha dado y me sigue repitiendo, y aún así me temo que no hemos hecho un solo proyecto que, puesto en manos de un tercero, sea suficientemente completo como para no necesitar aclaraciones, ampliaciones y en muchos casos correcciones.

Desde que IKEA apareció en nuestras vidas nos hemos acostumbrado a llegar a nuestras casas con un paquete lleno de piezas y confiar en un folleto explicativo para que aquello llegue a ser un armario, una estantería o una silla. Casi todos hemos despotricado cuando después de seguir primorosamente las instrucciones, el armario FACTOTUM nos ha quedado cojo, los tiradores están dentro de los cajones y el tablero para anclarlo a la pared nos ha quedado del lado equivocado.

Probad alguna vez a leer un proyecto, ya no digo ajeno, sino vuestro, como si se tratara de un mueble de IKEA y tuvierais que montar las piezas. No sólo no sabréis donde va cada pieza sino que os faltarán cotas que permitan hacer un replanteo, echaréis de menos secciones y detalles de puntos clave. Si el proyecto es propio, con un poco de experiencia saldréis adelante improvisando y resolviendo sobre la marcha, si es ajeno la cosa se complica bastante, porque las soluciones suelen ser múltiples y el respeto a los compañeros redactores os hará dudar qué solución tenían en mente.

Un año más, a pocas semanas de iniciar la temporada hacemos el propósito de mejorar nuestros proyectos, por eso este año vamos todos a obra, es la mejor forma de ver todo lo que falta en nuestros documentos.

Y ahora me voy a ver si consigo averiguar para qué sirve una pantalla de hormigón que va de ningún sitio a ninguna parte y sobre la que parece ser que tenemos que recibir unos lavabos, espero que los compañeros tuvieran en mente una instalación vista, si no me veo dando instrucciones de rozar el hormigón.