sábado, 9 de mayo de 2009

Cansados, qué bien...


Las dos últimas semanas han sido intensas.

Hemos pasado del susto a la calma con leves paradas en todas las estaciones intermedias: miedo, asombro, ansiedad, alivio, entendimiento y por fin ahora encaramos el trayecto de regreso hacia la normalidad.

Al imprevisto ajetreo se han añadido un concurso peleado con ganas por Mary y Ama, un arranque de obra complicado y confuso, y los prolegómenos de la despedida de Daniel, con toda la alegría por su felicidad y la nostalgia anticipada por su próxima ausencia.

El caso es que estoy agotada, tanto que me cuesta escribir, y me he puesto a pensar en el cansancio. Desde muy pequeña me acostumbré a asociar el cansancio con una falta grave, prima hermana de la pereza, pecado capital según nos enseñaban en el colegio. No era bueno estar cansado, debíamos concentrarnos en la satisfacción del deber cumplido y no abandonarnos a la lasitud.

La gente no quiere estar cansada, se atiborra a vitaminas, micebrinas, cafeinas y toroinas para luchar contra el agotamiento. Yo pienso en cambio que el cansancio es bueno, nos recuerda nuestra propia fragilidad y por eso mismo nos hace fuertes, nos permite reflexionar sobre nuestras limitaciones y desde ellas averiguar nuestras capacidades, nos devuelve indulgentemente a la infancia, con sus necesidades básicas y fundamentales.

Y en mi caso particular me cura el insomnio crónico que me permite elaborar borradores de historias y reflexiones para este blog. Así que con su permiso, voy a dejarme llevar, escribiré menos y soñaré más durante unos días, hasta pronto.

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