No hace falta decir su nombre o sus coordenadas, ni situar el lugar en el paisaje manchego. Hay muchos como éste aunque no sean visibles salvo cuando su crecimiento es tan flagrante que da lugar a una investigación seguida del escándalo motivado por la corrupción urbanística.
Salif vive aquí desde hace dos años, en una vivienda nueva, con su madre y otras dos familias senegalesas, su padre se marchó hace dos meses al Sur, a buscar trabajo en el campo. En Diciembre el Ayuntamiento y una ONG organizaron una fiesta de Reyes Magos, entregaron muchos tupper ware grandes en los colegios, dos por cada niño, que los padres debían rellenar con un juguete, un libro y dos o tres alimentos básicos. El día seis de Enero, en la plaza del Ayuntamiento se repartieron los tupper entre todos los niños del lugar. Los niños de las escuelas llegaron a la plaza en las bicis o patines que les habían dejado los reyes la noche antes; los del barrio de Salif agarrados de sus madres, nerviosos y un poco asustados.
El tupper de Salif tenía un libro sobre animales, sopa, arroz, chocolatinas y un juego de construcción. El juego era un tablero con la huella de una ciudad, calles amplias, aceras de colores, puntos troquelados indicando los alcorques de los árboles. También tenía una bolsa de plástico con pasos de cebra de fieltro, farolas y árboles diminutos, coches, paradas de autobús,fuentes, tapices verdes como parques, y edificios de muchos tamaños, casas pequeñas, apartamentos apilables, casas más grandes, y un par de campos de deporte de felpa gris.
Por la noche Salif recordó su aldea en Senegal, estaba cerca del mar y las casas se habían distribuido espontáneamente en una cuadrícula con calles de arena. Las calles perpendiculares al mar eran más estrechas y las casas se protegían del viento con porches, las otras eran amplias y luminosas. En el medio había una plaza con varias palmeras y una explanada donde jugaban al fútbol.
Al día siguiente salió con su juego a la puerta de su casa, la calle era de tierra, no de arena, y estaba llena de escombros de las obras abandonadas en las que meses antes trabajaba su padre. Trepó por una grúa abandonada para ver cómo era la ciudad. Una enorme cementera al Sur y un polígono industrial al Norte cercaban su barrio, las calles estaban pavimentadas a parches, no había aceras ni árboles, sólo vallas de obra golpeadas. Las casas eran muy diferentes, las más antiguas se parecían a las casitas de colores de su juego, las más recientes eran enormes, pero no estaban hechas de apartamentos apilados, eran una versión gigante de las casas pequeñas, con sus tejados inclinados y las mansardas, así llamaba su padre a las minicasas que crecían sobre las tejas; pero las ventanas y puertas se habían quedado en la escala original. No había pasos de cebra ni señales de tráfico como las del juego, sólo unos enormes montículos pintados de rojo, cerca de los cruces.
Volvió a su casa, con trozos de cartón hizo un barrio como el suyo sobre el tablero de juego, cuando lo terminó llamó a su hermana y lo pisotearon juntos. Tiró los restos y guardó el juego en un cajón.
Sacó el libro de animales, echaba de menos Senegal.
Salif vive aquí desde hace dos años, en una vivienda nueva, con su madre y otras dos familias senegalesas, su padre se marchó hace dos meses al Sur, a buscar trabajo en el campo. En Diciembre el Ayuntamiento y una ONG organizaron una fiesta de Reyes Magos, entregaron muchos tupper ware grandes en los colegios, dos por cada niño, que los padres debían rellenar con un juguete, un libro y dos o tres alimentos básicos. El día seis de Enero, en la plaza del Ayuntamiento se repartieron los tupper entre todos los niños del lugar. Los niños de las escuelas llegaron a la plaza en las bicis o patines que les habían dejado los reyes la noche antes; los del barrio de Salif agarrados de sus madres, nerviosos y un poco asustados.
El tupper de Salif tenía un libro sobre animales, sopa, arroz, chocolatinas y un juego de construcción. El juego era un tablero con la huella de una ciudad, calles amplias, aceras de colores, puntos troquelados indicando los alcorques de los árboles. También tenía una bolsa de plástico con pasos de cebra de fieltro, farolas y árboles diminutos, coches, paradas de autobús,fuentes, tapices verdes como parques, y edificios de muchos tamaños, casas pequeñas, apartamentos apilables, casas más grandes, y un par de campos de deporte de felpa gris.
Por la noche Salif recordó su aldea en Senegal, estaba cerca del mar y las casas se habían distribuido espontáneamente en una cuadrícula con calles de arena. Las calles perpendiculares al mar eran más estrechas y las casas se protegían del viento con porches, las otras eran amplias y luminosas. En el medio había una plaza con varias palmeras y una explanada donde jugaban al fútbol.
Al día siguiente salió con su juego a la puerta de su casa, la calle era de tierra, no de arena, y estaba llena de escombros de las obras abandonadas en las que meses antes trabajaba su padre. Trepó por una grúa abandonada para ver cómo era la ciudad. Una enorme cementera al Sur y un polígono industrial al Norte cercaban su barrio, las calles estaban pavimentadas a parches, no había aceras ni árboles, sólo vallas de obra golpeadas. Las casas eran muy diferentes, las más antiguas se parecían a las casitas de colores de su juego, las más recientes eran enormes, pero no estaban hechas de apartamentos apilados, eran una versión gigante de las casas pequeñas, con sus tejados inclinados y las mansardas, así llamaba su padre a las minicasas que crecían sobre las tejas; pero las ventanas y puertas se habían quedado en la escala original. No había pasos de cebra ni señales de tráfico como las del juego, sólo unos enormes montículos pintados de rojo, cerca de los cruces.
Volvió a su casa, con trozos de cartón hizo un barrio como el suyo sobre el tablero de juego, cuando lo terminó llamó a su hermana y lo pisotearon juntos. Tiró los restos y guardó el juego en un cajón.
Sacó el libro de animales, echaba de menos Senegal.
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