domingo, 21 de septiembre de 2008

Algunas ciudades tienen nombres que huelen a lluvia


Enormes taxis frenan lentamente sobre los charcos del aeropuerto para no salpicar al tipo de chaleco amarillo que organiza la cola. Subo a un modelo clásico pintado de colores que anuncian telefonía móvil. El conductor habla con un acento cerrado que no comprendo, comento el frío y la lluvia y me pregunta sobre el Real Madrid y los fichajes de la nueva temporada. Cruzamos unos cuantos nombres de jugadores, algunos jugarán en equipos ingleses. Los equipos escoceses no tienen presupuesto para ficharlos.

Durante unos veinte minutos circulamos por la autopista, yo extrañado de ir por la izquierda, tal vez por eso me sorprende la vista repentina de la ciudad rodeándonos, al cruzar un puente sobre el río Clyde.
Casi no llueve ya, al bajar la ventanilla se oyen gaviotas, qué cerca el mar…

El hotel está muy cerca de la plaza y los edificios que vamos a remodelar y salgo a caminar aprovechando la luz tardía de Agosto.

La plaza es oscura y la zona turbia e inquietante así que cambio de ruta y callejeo hacia el Norte. Algunas calles tienen tanta pendiente que la calzada se convierte en el horizonte, por encima de la rasante el cielo se ha despejado y la luz nórdica recorta los perfiles de los edificios sobre el azul intenso y las nubes rojizas.

No hay mucha gente en la calle, algún tipo dando tumbos contra las fachadas, y a veces un grupo de adolescentes ruidosos hinchas de uno de los dos equipos de fútbol de la ciudad.

El edificio de la Escuela de Arte parece cerrado, aunque alguno de los ventanales cuadriculados está entreabierto. Me acerco a ver el reflejo dorado del atardecer en las aulas de la planta baja. Dentro, caballetes con dibujos a medias y trapos manchados de colores. A través de la puerta abierta, al otro lado del pasillo nos veo, veinte años antes, mirando las puestas de sol de Madrid, pensando que entonces empezaba algo. Tengo esa mirada ahora, la admiración de ver el espacio transformado, la percepción de la luz, la ansiedad de crear un lugar.

Llueve de nuevo, muy suavemente, lo suficiente para lavar y redibujar la ciudad. Atardece y empieza todo.

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