viernes, 30 de enero de 2009

Cuento para urbanitas


Me gustan las ciudades en las que se puede caminar, me siento cómodo en las calles flanqueadas por edificios, jardines, o plazas. El campo abierto me angustia con su ausencia de límites, prefiero la montaña, con sus laderas acogedoras o incluso el mar, siempre que haya una playa cerca. A pesar de la contaminación y el ruido, las ciudades me tranquilizan.

Hace algún tiempo llegué a esta ciudad del Norte, nunca había estado tan arriba. Creo que llegué al atardecer, tal vez fuera ya de noche pero el sol seguía en el horizonte. No sé bien si vine por trabajo o para descansar, por la ropa y la escueta maleta que todavía conservo parece que era un viaje de trabajo, aunque en ese caso es aún más extraño que nadie haya tratado de comunicarse conmigo.

Es posible que no tuviera ninguna cita, que se tratara de una exploración o una visita solitaria. Mi trabajo estaba relacionado con la construcción, tal vez vine a una feria.
Recuerdo las sombras alargadas de los árboles sin hojas que marcaban el ritmo de mi primer paseo, no había demasiada gente en las calles ni coches, olía a lluvia fría y reciente. Caminé mucho. Recorrí calle tras calle, todas muy hermosas y en algún momento debí darme cuenta de que en sus extremos nunca se veía otra calle. A veces era un árbol enorme, otras un lago, otras una colina, en muchas solamente el horizonte, y caminaba hacia esos extremos temiendo salirme de la protección de la ciudad y cuando llegaba al final de la calle, veía una plaza o un jardín del que salía otra calle pequeña e invitadora que de nuevo no tenía fin.

Al llegar a un canal vi una hilera de barcazas convertidas en casas, me acerqué a las ventanas de una de ellas que estaba casi cubierta de plantas, un tanto abandonada. Una semana después regresé al hotel a buscar mi maleta. Desde entonces vivo aquí, en el canal y todos los días recorro las calles de esta ciudad de la que no consigo salir. Cada vez que llego al final de una calle me angustia el vacío en el que termina y tengo que entrar en otra y seguir caminando hacia su extremo y así una calle tras otra hasta que regreso rendido a mi barcaza.

Espero que pronto llegue el invierno, una noche sin estrellas intentaré marchar.

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