jueves, 9 de octubre de 2008

In Memoriam


Se preparó una copa y salió al jardín. No era un jardín muy grande, pero lo parecía por el tamaño de la casa, baja y discreta, con los muros encalados, formando volúmenes claros y rotundos a pesar de su pequeñez. A su lado, los árboles eran gigantes con los brazos desparramados sobre las azoteas que, a esa hora de la tarde se oscurecían de sombras de hojas entre las que se colaba a veces la luz anaranjada del sol.

Acercó una hamaca al borde del porche y sacó el libro de un baúl de madera sobre el que dejó el vaso. Todas las tardes salía a leer hasta que no quedaba luz en el jardín y no era capaz de distinguir las palabras en el libro. Solía elegir para las tardes ediciones de letras grandes y páginas claras, podía aguantar así casi hasta las diez, en el verano anochecía tarde. Había encontrado una posición cómoda para la hamaca, frente a un claro entre las ramas, a donde la luz llegaba rasante, cálida, sobre las piernas y el libro.

El relato que leía contaba la historia de una mujer, con una vida parecida a la suya. Era viernes y de más allá de la tapia del jardín llegaba el ruido de coches y motos, con los faros ya encendidos, que iluminaban un instante las hojas de los árboles.

Había leido mucho, el vaso estaba vacío y levantó los ojos para mirar la altura del sol, ya no se distinguía. Sin embargo al volver al libro pudo ver las letras con claridad. Pensó que se había equivocado de página, la historia no era la misma, el aire habría pasado unas páginas. Retrocedió hasta el principio sin reconocer una línea de las que leía. Comenzó de nuevo, era la historia de una mujer, pero no la que había estado leyendo instantes antes, el aire cada vez era más húmedo y fresco, al otro lado de la tapia ya no se escuchaban motores, levantó la vista buscando el reflejo de los faros, nada, sólo la penumbra nítida y los árboles recortados en el cielo frío. Volvió a leer y de nuevo recorrió el libro hasta el principio, tampoco recordaba el relato que era otra historia de una mujer, pero tanto ahora como en la anterior, al igual que en la primera creía encontrar recuerdos de su vida. Recuerdos como retazos, casi podían ser un dejavu y no haber sucedido.

Era de noche y seguía leyendo relatos sin más luz que la de las páginas blancas sobre la falda parda, cada vez que levantaba los ojos su alrededor era más oscuro, y cada vez volvía a leer y se encontraba una nueva trama. Todas contaban su vida. Se estremeció y trató de recordar su vida cerrando el lbro y los ojos, nada, su memoria estaba vacía, la oscuridad era mucho mayor que la del jardín, no había más memoria que los recuerdos de las páginas iluminadas del libro, que volvió a leer, una historia tras otra buscando una en la que reconocerse. No sabía que estaba leyendo todas las que hubiera podido vivir de no haber muerto, al atardecer, un verano, en su jardín. MdJ

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